En el año 1942, el tenaz Almirante Cristóbal Colón se embarcó en una loca empresa, pese a sus numerosos detractores. Su viaje cambió el rumbo de la historia.
Tanto el viaje de Colón, como sus motivaciones para emprenderlo, excusándose en la idea de descubrir una nueva ruta de las especias, y hasta sus orígenes, siguen estando rodeados de misterio. Sabemos poco o nada de una de las figuras más influyentes de la historia de la humanidad.
Tan solo podemos limitarnos a rescatar los retazos desperdigados en la bibliografía conocida y tratar de armar el rompecabezas, a la vez que vamos rellenando las grietas y huecos de manera imaginativa, pero siempre con los pies en la tierra.
Indice
Contexto histórico
Antes de embarcarnos en la trepidante aventura que supone el viaje de Cristóbal Colon, es preciso detenernos un momento a observar la coyuntura presente a finales del siglo XV, cuando se configuraba un panorama radicalmente distinto al que encontramos en la actualidad. Los países europeos estaban, formados por las cenizas de los antiguos feudos medievales, estaban en continua disputa por la propiedad de la tierra, muchos de ellos no superaban el siglo de vida y no podían ni considerarse nación histórica.
En lo referente al conocimiento del mundo, y tras haber superado recientemente una época de oscurantismo, los viajes de exploración se perfilaban bajo los principios de Ptolomeo, que afirmaba sin sonrojarse que la tierra era plana y que, si tratáramos de llegar a su limes, nos veríamos precipitados al vacío o, incluso, según algunas versiones, presas de una furibunda manada de dragones. Ante tales circunstancias, plantear una empresa como la de Colón era una grave afrenta a la iglesia y, en definitiva, al poder establecido.
Orígenes inciertos
Sería una tarea titánica e imposible trazar un relato biográfico coherente y ordenado, dando por sentada toda la información que se ha desperdigado sobre Cristóbal Colón. Seré cauto cuando me asome a ciertos aspectos controvertidos o no confirmados de su vida y desplegaré algunas hipótesis ampliamente aceptadas por la historiografía seria.
Las dudas comienzan en el mismo momento de su nacimiento, calculando que nació entre el 1450 y 1460 en algún lugar de Génova, aunque recientemente, hasta este hecho que era de aceptación unánime, se está poniendo en tela de juicio.
Resulta extremadamente complicado precisar el origen de Colon, así como el año de su nacimiento, cobrando fuerza la teoría de su origen mallorquín. Algunos historiadores señalan que la teoría de que el descubridor de América tenía orígenes genoveses, puede refutarse fácilmente, ya que se sustenta en argumentos a todas luces incoherentes y documentos apócrifos. Hasta la fecha, la explicación más plausible narraba que Cristóforo Colombo nació en 1451, en el seno de una familia humilde; hijo de Susanna Fontanarossa y Doménico Colombo. Del padre se ha dicho que era guardián de Porta dell’Olivella.
En 1470 la familia se trasladó a Savona, donde padre e hijo desempeñarían el oficio de tejedores de paño y taberneros. Sin embargo, la cultura que Cristóbal Colón demostraba en sus escritos chocaba ante la realidad con la que lidiaba el hijo de un humilde cardador de lana, lo que descarta automáticamente su origen modesto y genovés. Hay que tener en cuenta, que era capaz de hablar y escribir en tres idiomas, a saber: español, latín y catalán, permitiéndole cierta soltura para pasearse airoso por las principales casas reales europeas.
No es, ni mucho menos, la única conjetura apresurada que se ha vertido sobre sus orígenes, no obstante, la mayoría de ellas son tan rocambolescas que ni siquiera merece la pena detenernos a diseccionarlas.
Ahora te preguntarás, ¿de dónde procede Colón? Existen razones de peso para pensar que Colón podría ser mallorquín, nacido en Felanitx, un poco más tarde, en el año 1460, como vástago de Don Carlos, el príncipe de Viana, y Margarita Colón, autóctona. Esta teoría es la única alineada con los datos históricos que se han podido recabar del puño y letra del mismísimo Almirante de las Indias; Cristóbal Colón.
Esta afirmación se sostiene sobre dos ejes fundamentales. El primero tiene que ver con la nomenclatura que Colón eligió para bautizar algunos de los lugares que descubrió, empleando para ello su lengua vernácula, o sea, el mallorquín. En el año 1500, dibujó una carta náutica en el Puerto de San María, en la que bautizaba con el nombre de su madre a la isla Margalida, actual Margarita. El segundo, está relacionado con los estudios del filólogo español Ramón Menéndez Pidal, que después de haberse empapado de todos los escritos de Colón, afirmó no solo que escribía exclusivamente en español o latín, sino que en este último cometía errores propios de un hispano.
Tripulante a bordo
No se sabe mucho de él en los años anteriores a 1490, cuando se presentó ante el rey de Portugal con un proyecto que entonces tacharon de hilarante y fantasioso. Se cree que participó en ambiciosas rutas comerciales a través del Mediterráneo, desde Quios, en el mar Egeo, hasta la península Ibérica, al servicio de los más impetuosos marinos genoveses. Hay quien lo sitúa en el enfrentamiento entre Renato de Anjou y el rey de Aragón, Juan II, en el que se disputaba la sucesión de la corona de Nápoles. Entrado en la veintena, se subió a un barco que tenía como destino la isla de Khíos en el mar Egeo, y tras un año de expedición, regresaría a Italia.
Ciertas crónicas ayudan a incrementar la leyenda. Dio con sus huesos en las costas del sur de Portugal (Lagos), cerca de Sagres, luego de haber participado en un combate naval en la orilla del cabo de San Vicente, en 1476. El barco, pasto de las llamas, naufragó a la deriva, y él pudo salvar su vida agarrándose a un remo mientras chapoteaba en dirección a la costa. Allí conocería los insondables mares, las rutas comerciales, y entendió, en contra del obtuso pensamiento de sus coetáneos, que la tierra era esférica y no redonda, cosa que, dicho sea de paso, era un secreto a voces entre los marinos más avispados.
Tuvo a bien contraer matrimonio en 1479 con Felipa Perestrello e Monis, la hija de una adinerada familia portuguesa, y fruto de ese matrimonio, alumbrarían a Diego Colón, el heredero espiritual de su padre. Seis años después, su esposa fallecía a causa de una tuberculosis, enfermedad que campaba a sus anchas y que se creía era transmitida por las mismas en el ambiente. En 1487 contrajo matrimonio con Beatriz Enríquez de Arana, una jovencita española de 20 años y con la que se apresuró a tener un hijo en 1488, Hernando Colón; mujer abnegada que cuidó de su familia y a la que Colón dejó toda su herencia al morir.
Rumbo a lo desconocido
Colón era un hombre de mundo, ansioso por expandir las fronteras del mundo conocido, por lo que trató de persuadir en primera instancia al Rey Juan II de Portugal, exponiéndole un proyecto que pretendía abrir una nueva ruta de las especias, sin tener presente la gesta que posteriormente, de manera accesoria, lograrían: la circunnavegación a la tierra.
La marina portuguesa gozaba de una salud envidiable, y el ánimo impetuoso de Juan II por las nuevas rutas comerciales y la conquista de territorios sin explorar, no se inmutó ante la propuesta de un navegan carente de referencias y sin título nobiliario. Colón poseía un carácter peculiar, entusiasta, y sin darse por vencido, consiguió una audiencia con la Reina Isabel de Castilla, en enero de 1486, en Alcalá de Henares.
Esta visita dejó boquiabierta a la reina, que tenía serias dudas sobre la viabilidad del plan del enigmático marino. Isabel de Castilla, no en vano, apodada La católica, estaba completamente obsesionada con la evangelización, algo que Colón supo captar audazmente, y a lo que apeló para convencerla de esta empresa loca. Pasaron seis años de dimes y diretes, en los que Colón tuvo tantos detractores como protectores, como fray Antonio de Marchena, astrólogo irreverente y entendido en navegación.
El plan fue respaldado el 17 de abril de 1492, día en el que se firmó el documento que pasaría a los anales de la historia como Las Capitulaciones de Santa Fe, con un preámbulo que atestiguaba la aventura más osada a la que una tripulación se había enfrentado jamás: «Las cosas suplicadas e que vuestras altezas dan e otorgan a don Christoual de colon en alguna satisfacion de lo que ha descubierto en las mares oçeanas y del viage que agora con el ayuda de Dios ha de fazer por ellas en seruicio de vuestras altezas son las que se siguen». Contaría con un presupuesto de dos millones de maravedíes y noventa hombres.
El descubrimiento de América
Por fin, el 3 de agosto de 1492, en una mañana soleada, desde el Puerto de Palos de la Frontera, en Huelva, España, Cristóbal Colón, con la inestimable ayuda de los hermanos Pinzón, izaba velas respaldado por tres carabelas: La Pinta, la Niña y la Santa María.
El viaje, que estaba programado en un principio para 40 días, se alargó hasta los 69. La primera referencia escrita a la declinación magnética de la tierra, data del 13 de septiembre de ese mismo año, y queda recogida en el diario de viaje del Almirante.
Pese a que, a bordo de la nao, junto a Colón, viajaba uno de los mejores cartógrafos que jamás han surcado los mares, Jun de la Cosa, el 1 de octubre la inquietud empieza a martillear la cabeza de los marineros que, impávidos, contemplan como tras 800 lenguas navegadas aún no hay ni rastro de tierra. Esta información, que en principio les estaba vetada, se hizo obvia e inapelable cinco días después, produciéndose el primer motín entre los marineros de la Santa María. Los hermanos Pinzón, diestros en el arte de amansar a las bestias —no está de más recordar que muchos de esos marineros eran presos a los que se les había conmutado su pena— pudieron sofocar la revuelta.
El 9 de octubre esta inquietud creciente se adueñaba también de los hermanos Pinzón, quienes acordaron navegar a lo sumo tres días más. Durante el transcurso de la noche que va del 11 de octubre al 12 de octubre, el marinero Rodrigo de Triana, lanzó un grito al aire ensordecedor: —«¡tierra!».
Desgraciadamente, tampoco es posible determinar el lugar exacto donde colon arribó, si bien es cierto que la historiografía apunta a un sitio en concreto, la isla de Guanahani, que decidieron bautizar como San Salvador, actual isla de Watling, en las Bahamas.
En nombre de los Reyes Católicos tomaron posesión de aquellas tierras.
Continuaron el viaje hasta encallar en la isla Dominicana, bautizada como La Española, donde un grupo de valerosos hombres con poco que perder se instalaron, levantando un fuerte, el primer vestigio de civilización en el nuevo continente. A su vuelta, ciertamente accidentada si tenemos en cuenta que en los cuadernos de bitácora constaban al menos dos fuertes tormentas, Cristóbal Colón fue cubierto de gloria, siendo recibido en la corte con honores y nombrado “Almirante de la Mar Océana”, concedido personalmente por los Reyes Católicos Fernando II de Aragón e Isabel II de Castilla.
Los cuatro viajes de Colón
Colón llevó a término tres viajes más entre 1493 y 1502, alcanzando Puerto Rico y Jamaica. Mientras tanto, en La Española, los indígenas se habían cebado con el fuerte, por lo que hubo que reconstruirlo. Poco después, navegaría por la desembocadura del río Orinoco, a Trinidad y Venezuela. Asimismo, descubrió la costa actual de América Central, a la altura de Costa Rica, Panamá y Nicaragua.
Legado inconmensurable
Falleció en 1506, y sus restos mortales descasaron en Valladolid hasta 1509. Posteriormente, se trasladaron a Sevilla, España, para más tarde navegar nuevamente a Santo Domingo, luego a Cuba, y finalmente a Sevilla, donde se encuentra su tumba.
Los textos rescatados no dejan lugar a dudas del heroísmo de Cristóbal Colón, quien siempre puso por delante de la ambición a la curiosidad e interés por esparcir la semilla de la fe católica. La verdad siempre prevalece, y ha logrado derrotar a la leyenda negra, urgida desde el protestantismo, y que pinta a unos descubridores embrutecidos y envalentonados, que pasaron a los indígenas por la espada sin contemplaciones. ¿Cómo pudo entonces prosperar una civilización mestiza que perdura hasta nuestros días?
El día 12 de octubre se celebra el “El descubrimiento de América”, acepción que ha sido manoseada y retorcida, y que solo evidencia la perspectiva europea de descubrir, refiriéndose al asombro que producía el contacto con culturas milenarias.